domingo, 16 de diciembre de 2012

Werner Forssmann, un hombre adelantado a su tiempo


El 1 de octubre de 1929, los periódicos de Berlín se hacían eco, en tono sensacionalista, de unos atrevidos experimentos que habría realizado un joven y desconocido médico llamado Werner Forssmann, del hospital de la Caridad de Berlín. Al parecer, Forssmann afirmaba haber introducido, primero a él mismo y luego a otros pacientes, una fina sonda de goma, de apenas un milímetro de diámetro, desde el codo hasta el corazón, a través de una vena. Y todo ello sin experimentar mayor dolor. Su jefe, Sauerbruch, sin embargo, le había tachado de charlatán y lo había despedido de forma fulminante.

Hasta ese momento, la trayectoria profesional de Forssmann había sido bastante discreta. Nacido en Berlín, el 29 de agosto de 1904, estudió medicina en la universidad de la capital. Su tesis doctoral, sobre la influencia del hígado en la química de la sangre, le permitió practicar consigo mismo por primera vez; durante cierto tiempo estuvo sacándose un litro diario de sangre para analizarla. Su esfuerzo apenas le sirvió para conseguir una plaza en el modesto hospital de Eberwalde, cerca de la capital alemana. 

Ya allí empezó a formarse en su cabeza una idea: la de buscar un nuevo camino para llegar al corazón, minimizando los peligros de lesión de una arteria coronaria o de la pleura al administrar una inyección intracardiaca. Y, a ser posible, sin la necesidad de suministrar anestesia general al paciente. Le fascinaba especialmente una reproducción de Éttiene Jules Marey en la que se le introducía a un animal un tubo hasta el corazón a través de la vena yugular.

El polígrafo con la sonda que utilizó Marey
para registrar los latidos del corazón

Forssmann descartó la vena yugular y se puso a buscar otro camino para llegar al corazón. Como bien sabía, la estructura del sistema circulatorio es tal que permite llegar desde cualquier parte del cuerpo hasta el ventrículo derecho; sólo había que utilizar un tubo flexible en lugar de uno rígido. Finalmente se decantó por una vena cubital del brazo izquierdo.

El médico alemán empezó haciendo experimentos con cadáveres. Para ello introducía el catéter por el codo hasta llegar al corazón. Todos concluyeron con éxito: la sonda alcanzaba siempre el corazón. Esto le permitió fijar la longitud de la sonda en 65 centímetros.

El siguiente paso era delicado. Una vez practicado con cadáveres, ¿cómo continuar? El presupuesto del pequeño hospital era insuficiente para comprar animales de experimentación. Y su jefe, el Dr. Schneider, rechazó la propuesta de Forssmann de ofrecerse él mismo como paciente en un ensayo. A espaldas de Schneider, Forssmann consiguió convencer a la enfermera Gerda Ditzen, la encargada de preparar el instrumental en la sala de operaciones, con la condición de que fuese ella misma la paciente.

Cierto día de verano de 1929, la sala de operaciones estaba lista para la pequeña intervención quirúrgica. Mientras preparaba a Ditzen en la mesa de operaciones, y sin que ésta se diese cuenta, Forssmann empezó a realizar en sí mismo el experimento. Él solo se anestesió localmente la zona del brazo, se abrió una vena y empezó a introducir el catéter hacia dentro, centímetro a centímetro. Cuando Ditzen se dio cuenta de lo que pasaba, no pudo detenerlo: la punta ya había llegado al ventrículo derecho de su corazón.

No surgieron complicaciones de importancia; de hecho, Forssmann, con la sonda en el corazón, se dirigió a la sala de rayos X del hospital, bastante alejada de donde él se hallaba, atravesando corredores y bajando una escalera muy inclinada, sin molestia ninguna. Le hicieron una radiografía y en la pantalla se podía ver con claridad la punta de la sonda dentro del corazón.

La espectacular prueba del método de Forssman

El éxito del procedimiento le valió un segundo ensayo, esta vez en una paciente terminal. Forssmann administró un medicamento directamente en el ventrículo derecho de la paciente, en lugar de hacerlo por la tradicional vía intravenosa. La autopsia confirmó que el catéter había alcanzado su objetivo y que el tratamiento había sido un éxito.

Poco después se trasladó al Hospital de la Caridad, y mientras estaba allí publicó los resultados de sus experimentos en un artículo que llamó “El cateterismo del corazón derecho”. El escándalo que se desató le pilló por sorpresa. Aunque regresó a Berlín dos años más tarde, apenas pudo retomar su labor investigadora. Fue despedido en el verano de 1932 a causa de su baja productividad. Abatido, decidió abandonar la cardiología y dedicarse a la cirugía y la urología. Ese mismo año se afilió al partido nazi y más tarde participaría en la Segunda Guerra Mundial como oficial médico.

Forssmann fue liberado de un campo de prisioneros en octubre de 1945. Volvió a su casa, pero durante varios años no pudo ejercer su profesión. Cuando lo hizo, se retiró a una pequeña y tranquila ciudad alemana, Bad Kreuznach, como especialista en urología de su hospital.

Durante muchos años, el revolucionario método ideado por Forssmann cayó en el olvido en Europa. Nadie se dio cuenta de las inmensas posibilidades que ofrecía: diagnóstico de malformaciones cardiacas, medición de la tensión en las diversas secciones del corazón y exploración radiológica del corazón, inyectando un medio contraste. Todas estas exploraciones, indispensables hoy en día para el diagnóstico de enfermedades del corazón, son posibles gracias al cateterismo cardiaco, que Forssmann probó primero en sí mismo.

Cómo iba a sospechar que, más de 25 años después, su trabajo se vería recompensado. En octubre de 1956, recibió una llamada que cambiaría su vida: le habían otorgado el Premio Nobel de Medicina, compartido con André Cournand y Dickinson Richards, quienes habían generalizado el uso del cateterismo cardiaco de Forssmann en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.

La familia Forssman, esperando a que empiece
la ceremonia en Estocolmo 

Poco antes de serle otorgado el Premio Nobel, un científico americano llegaría a decir de él: “You are the typical man before his time”. 

Un hombre adelantado a su tiempo.


FUENTES:
  1. Werner Forssmann, a Pioneer of Cardiology, R. Forssman-Falck, The American Journal of Cardiology, 79, 651-660 (1997).
  2. Werner Forssmann: a German Problem with the Nobel Price, H.W. Heiss, Clinical Cardiology, 15, 547-549 (1992). 

1 comentario:

  1. me da repelús lo del tubo, pero la verdad es que es muy interesante...

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